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Los lunes son terribles. No es nada nuevo para nadie. Pero se nota admirablemente.
En el tren viaja mucha más gente que el resto de la semana (en que ya hay la cantidad suficiente como para viajar mal) y se estiran las colas para el colectivo.
Ese lunes la fila era interminable y, para colmo, los bondis ya llegaban llenos a la parada (siempre me pregunté dónde estará la anterior, pero de todas formas me daría fiaca tener que caminar más a esas horas).
Logré subir, luego de mucho esperar, a uno que vino vacío. Claro que no salió con rumbo a la oficina de la misma manera: estaba repleto, pero mucho. De todas formas, yo había alcanzado un asiento y me dispuse a leer un rato.
Cosa que, en breve, tuve que abandonar.
Primero fueron algunos murmullos sueltos, hasta que un hombre grito:
“¡Están afanando!”
Fue todo cuestión de segundos. En el pasillo hubo forcejeos. Alguno individualizó al asaltante, quién, tras el primer intento de trompada, recibió varios golpes de numerosos pasajeros y pasajeras que, estoy segura, aprovechaban para desquitarse por algún otro hecho.
El tipo trataba de cubrirse como podía y, al mismo tiempo, quería abrirse paso hacia la puerta, pero a medida que se adelantaba, nuevos puños y pies lo esperaban.
A todo esto, el chofer seguía su marcha normalmente, como si nada pasara, escuchando a Shakira al taco en la radio. Sólo frenó cuando el vapuleado ladrón logró llegar a la puerta y tocar el timbre.
Allí lo esperaban una señora y un laburante que le dieron sin asco, la una con el enorme bolso que llevaba y el otro con su dura y metálica caja de herramientas.
Cuando la puerta finalmente se abrió, y antes de que el carterista pudiera adelantar un pie para descender, una pierna se asomó, potente y altiva, entre el numeroso pasaje.
Lo bajaron de un voleo en el orto.
Creo que esa imagen (que juraría que vi en cámara lenta) del ratero haciendo un movimiento casi gimnástico, casi volador, hacia la vereda, manoteando el aire sin encontrar nada de qué asirse hasta que sus manos hicieron contacto con la vereda, amortiguando un poco el golpe, fue la mejor definición de esa frase que tanto repito y que nunca imaginé ni vi en vivo y en directo.
Lo bajaron de un voleo en el orto, sí.
Y el tipo, ahí tirado, sólo atinó a girar su cabeza y rajar un par de puteadas que dejaron de escucharse rápidamente a medida que el bondi seguía su camino.
4 comentarios:
A la mierda. Increible!
Yo, por suerte, los lunes los tengo libres. La magia de poder elegir horarios en la facultad.
Y sí, son cosas que pasan...
Afortunado!
Pero han visto que generalmente no se suele frenar a los "carteristas". Una porque no nos damos cuenta y otra porque, tal vez si lo vimos, no decimos nada.
Pero atípico viaje de bondi!
Excelente!
Saludos,
Los Buscadores
Atípico, sí.
Como siempre, amigos buscadores, gracias por pasar.
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