Aún yo no podía hacerlo y, junto a dos compañeras, nos dispusimos a leer la Barcelona que yo, diligentemente, había comprado esa mañana.
Nos reímos un buen rato hasta que cada una se fue acomodando y a mí se me cerraron los ojitos promediando las cartas de lectores.
Cuando desperté apenas estábamos en Campana y me dio mucha bronca no haber podido dormir un rato más.
De todas formas, enseguida Graciela y Norma tomaron entre sus manos un cancionero folclórico y empezaron a cantar, primero bajito, entre nosotras, y, a medida que las demás despertaban y les prestaban más atención, cada vez más alto.
Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos todas haciendo palmas y tarareando los versos conocidos. Hasta que a una se le ocurrió proponer "Hasta siempre comandante", que cantamos absolutamente todas, afinadas o no, a plena voz.
Parece que a los choferes no les gustaron mucho nuestras incursiones corales porque inmediatamente clavaron a Luis Miguel al palo en los parlantes.
Las chicas intentaron seguir cantando a pesar de la "música", tomándolo casi como algo personal, y se esforzaban por alcanzar un volumen más alto que el de Luismi. Para las que lo veíamos de afuera, era un desastre...
Por suerte paramos un rato en San Nicolás: pucho, baño, sandwich de milanesa y gaseosa. Pensé que alguna se prendería con una birrita fresca, pero no hubo quórum.
Cuando volvimos al micro, el chofer arremetió con Ricardo montaner: evidentemente no le caimos bien. Igual, primero estuvimos ocupadas almorzando y, una vez con la panza llena, muchas nos dispusimos a una siesta reparadora.
Recién cuando notaron cierta calma decidieron acabar con la tortura y apagar la música.
Mujeres rumbo al encuentro en su hábitat de traslado.
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