31.8.06
“...la seguridad, la santa bobera...” (*)
En el post de hace unos días sobre la iglesia, el aborto y otras cosas, recibí un comentario de Udi en el que proponía “inaugurar, en alguna parte, una sección que se titule ‘Llamando a las cosas por su nombre’” y agregaba que no estaría mal escribir algo titulado "No discutas con fascistas, limítate a partir un fierro en sus cabezas".
Durante todos estos días cargados de fascismo por la discusión en torno a la marcha “apolítica” del Ing. Blumberg, me abstuve de emitir opiniones al respecto en foros públicos. En los ambientes más íntimos no hubo problemas y me dediqué a repartir insultos y puteadas frente al televisor y la radio (aunque también traté de abstenerme de esto, pero me resulta casi inevitable).
Y escuché tanto, tantas barbaridades y pelotudeces, que me superaron. Incluso las voces en la calle, esas de las y los doñas Rosas, que van alegremente por la vida diciendo que irán a una marcha “por la seguridad”, con su velita, sin detenerse dos segundos a analizar un poco la situación.
Pero lo peor es que en estos días se ha establecido prácticamente que si uno está en contra de la manifestación, debe inmediatamente alinearse a las filas de la “contramarcha”, básicamente pro K.
Como ni una sola de mis células es pro K (aunque sí puedo reconocerle algunas –pocas- cosas positivas), me pregunto en qué rincón debo ubicarme. Viene pasando desde que asumió el actual presidente que, o estás con ellos o en la vereda de enfrente. Y si para gran parte de la población, y fundamentalmente para la derecha, este es un gobierno de zurdos, ¡estamos al horno!
Veamos: la marcha de Blumberg no me gusta para nada, pero tenía la impresión de que no sería tan terrible. Es decir, finalmente se han caído todas las caretas y considero que a una manifestación a la que irán militares retirados, familiares de “víctimas de la subversión” (con su cara más visible, la Ceci Pando), Macri, Bragagnolo y nuestro famoso convocante (sólo por nombrar a las estrellas del cartel), no irían tantos incautos como a las primeras que organizó este señor.
Por otra parte, también consideré una tremenda idiotez la organización de la “contramarcha”, fundamentalmente porque la realizaba gente del propio Gobierno y porque, claro, me parece que están dando por el chancho más de lo que el chancho vale.
Sin embargo ayer, cuando me enteré que también convocaba Pérez Esquivel, algo me sobresaltó. Me dije que él la estaba pifiando, que no podía ponerse a la altura de ellos, que les estaba dando de comer al igual que el Gobierno y varias otras cosas más.
Pero sucede que hoy, a medida que van pasando las horas, que escucho y leo más pavadas, la sangre se va calentando.
Charlando con una compañera de trabajo (la única con la que puedo hacerlo) me dijo, frente a mi perplejidad por la actitud del Premio Nobel: “Y bueno, pero vos escuchaste todo lo que dicen estos fachos, quiénes van a ir a la Plaza. Seguramente Perez Esquivel no se debe haber podido contener, algo tenía que hacer...”
Y sí, puede ser. Yo no sé cuál sería la actitud correcta frente a toda esta montaña de mierda que se va a juntar dentro de un ratito en la Plaza de Mayo.
Me invaden las ganas de sumar a los fierros de Udi, un par de cadenas y muchachos dispuestos al ataque.
También, quizás como imagen, me atrae poderosamente la idea de un explosivo de amplio poder destructivo haciendo volar soretes por el aire...
Pero como soy una chica buena y responsable, zurda pero ubicada, sólo estoy pensando en qué carajo me voy a volver a mi casa con el quilombo que deben ser las cercanías del centro a estas horas.
29.8.06
"...compañera de mis días y del porvenir..." (*)
“Se acurrucó envuelto en una manta y mientras se dormía imaginaba cómo se lo iba a contar a Silvia, su compañera, que le había mandado una marmita con comida y cigarrillos y que estaba con las esposas de otros obreros yendo a ver políticos y armando revuelo en el vecindario. Daniel tuvo ganas de acariciarla: la pasión de la lucha le despertaba otras pasiones y empezó a dormirse entre el sueño de las caderas de Silvia y la excitación de arrebatarle el poder a la burguesía.”
Anguita, Eduardo y Caparrós, Martín. “La Voluntad”, Tomo 3 (1973-1974), Pág. 574. Ed. Planeta / Booket. Buenos Aires. 2006.
25.8.06
“...y tu culo va a volar...” (*)
Los lunes son terribles. No es nada nuevo para nadie. Pero se nota admirablemente.
En el tren viaja mucha más gente que el resto de la semana (en que ya hay la cantidad suficiente como para viajar mal) y se estiran las colas para el colectivo.
Ese lunes la fila era interminable y, para colmo, los bondis ya llegaban llenos a la parada (siempre me pregunté dónde estará la anterior, pero de todas formas me daría fiaca tener que caminar más a esas horas).
Logré subir, luego de mucho esperar, a uno que vino vacío. Claro que no salió con rumbo a la oficina de la misma manera: estaba repleto, pero mucho. De todas formas, yo había alcanzado un asiento y me dispuse a leer un rato.
Cosa que, en breve, tuve que abandonar.
Primero fueron algunos murmullos sueltos, hasta que un hombre grito:
“¡Están afanando!”
Fue todo cuestión de segundos. En el pasillo hubo forcejeos. Alguno individualizó al asaltante, quién, tras el primer intento de trompada, recibió varios golpes de numerosos pasajeros y pasajeras que, estoy segura, aprovechaban para desquitarse por algún otro hecho.
El tipo trataba de cubrirse como podía y, al mismo tiempo, quería abrirse paso hacia la puerta, pero a medida que se adelantaba, nuevos puños y pies lo esperaban.
A todo esto, el chofer seguía su marcha normalmente, como si nada pasara, escuchando a Shakira al taco en la radio. Sólo frenó cuando el vapuleado ladrón logró llegar a la puerta y tocar el timbre.
Allí lo esperaban una señora y un laburante que le dieron sin asco, la una con el enorme bolso que llevaba y el otro con su dura y metálica caja de herramientas.
Cuando la puerta finalmente se abrió, y antes de que el carterista pudiera adelantar un pie para descender, una pierna se asomó, potente y altiva, entre el numeroso pasaje.
Lo bajaron de un voleo en el orto.
Creo que esa imagen (que juraría que vi en cámara lenta) del ratero haciendo un movimiento casi gimnástico, casi volador, hacia la vereda, manoteando el aire sin encontrar nada de qué asirse hasta que sus manos hicieron contacto con la vereda, amortiguando un poco el golpe, fue la mejor definición de esa frase que tanto repito y que nunca imaginé ni vi en vivo y en directo.
Lo bajaron de un voleo en el orto, sí.
Y el tipo, ahí tirado, sólo atinó a girar su cabeza y rajar un par de puteadas que dejaron de escucharse rápidamente a medida que el bondi seguía su camino.
23.8.06
“La única iglesia que ilumina es la que arde” *
Leí en una nota de Caparrós, muy vieja, algo así como que "últimamente los juicios de valor son antidemocráticos y lo amplio es respetar a toda la basura"...
Una tiene cierto margen de tolerancia. Una trata de tener cierto respeto por las posturas con las que no coincide, con creencias que no comparte. Una trata de no interferir en algunas elecciones con las que no acuerda. Todo en nombre de las libertades individuales, claro, pensando en que cada uno puede hacer de su vida un pito, siempre que no joda a los demás. Y como una, aunque a veces saturada de ciertas estupideces, trata de no meterse con esas ideas, vive y deja vivir.
Pero cuando esto no vuelve, cuando esos con los que una no coincide no respetan tu vida, las cosas se complican.
Entonces, debo decir, más allá de todos mis respetos hacia los miles de fieles pertenecientes a la iglesia católica, que su institución cada día me repugna más y que me tiene hasta la coronilla (y lo dije tan finamente...).
Ahora se me salta la cadena porque se meten con nuestras vidas. Pretenden tomar decisiones por nosotras y nosotros en defensa de una potencial vida sin detenerse a reflexionar un sólo segundo sobre la PERSONA existente.
Ya bastante se meten en muchos aspectos de nuestras vidas (por suerte cada vez menos) como para que tengamos que soportar el peso de sus rosarios sobre nuestros cuerpos.
Yo ya no recuerdo cuáles fueron mis primeros encontronazos con la institución, supongo que debe haber sido luego de conocer el Vaticano: conclusiones obvias acerca del por qué de ciertas riquezas frente a tanta pobreza (¿será que ellos no piensan ir al reino de los cielos, ese que es de los pobres?).
Con el paso del tiempo, los fui sintiendo cada vez más sobre mi vida y las vidas de muchos otros: hace unos años intentaron impedir la salida de la Ley de educación sexual y procreación responsable; el año pasado boicotearon y lograron frenar la Ley de educación sexual en la Ciudad de Buenos Aires; se oponen a la distribución de anticonceptivos y preservativos en los hospitales públicos y dependencias de salud; este año se manifestaron en contra de la final y duramente aprobada legislación sobre ligadura de trompas y vasectomía.
Pero lo más terrible que me tocó vivir fue en el Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó el año pasado en Mar del Plata. Fue el primer encuentro al que pude ir y ya sabía lo que había pasado con militantes católicas en algunos anteriores: por ejemplo, en el del año 2004 en Mendoza hubo persecuciones, golpizas y hasta incendios de materiales en escuelas donde se alojaban compañeras.
Yo me anoté en el taller de Estrategias para el Acceso al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Hay otros talleres sobre Anticoncepción y aborto donde se discute fieramente aborto sí o no, pero esa discusión para mí ya estaba zanjada, y lo que quería era pensar ideas para acceder a este derecho con otras que, como indicaba el nombre del taller, también estaban ya de acuerdo con lo mismo.
De todas formas, las católicas aparecieron. A un importante grupo se le explico cuál era la idea de este taller y se les informó que si querían despotricar contra el aborto deberían ir a los otros. Y se fueron.
Sin embargo, había un grupito que apenas si participó de la discusión durante los dos días, se ofrecieron como secretarias y se quedaron a la hora de pasar en limpio las conclusiones, ya consensuadas con todas las compañeras participantes y quienes, para entonces, ya se habían retirado. Ahí se armó un lindo tole tole cuando las viejas quisieron cambiar las resoluciones. Pretendían hacerlo poniéndose como locas, acusándonos de asesinas y mata-niños, amenazándonos (a mí, personalmente, je je) con denunciarnos por apología del delito, etc.
En nuestro caso, por suerte, apareció un grupo del comité organizador del Encuentro que logró calmarlas (de a ratos a los gritos, porque las señoras no razonaban) y echarlas al cuerno.
Lo cierto es que en muchos talleres las cosas terminaron peor: golpizas, aparición sorpresiva de patrulleros y/o escribanos, conclusiones “en minoría” (cosa que no existe en los Encuentros, donde todo es consensuado), etc. Un desastre.
Además, no sólo se metían en los temas de aborto: iban al de Mujer y Género a discutir que sólo hay un género, el humano; o al de Mujer y Familia a plantear que la familia “correcta” era papá, mamá y los hijos; a los de Sexualidad a plantear como “enfermedades” la existencia de otras elecciones sexuales... En fin, un pensamiento absolutamente retrógrado, desmovilizante y que impedía todo debate.
A partir de ahí, ya empecé a tomarles cierto odio. Y no puedo evitar pasar por una iglesia cuando dan misa con una sonrisa maliciosa en el rostro; o cruzarme con la manifestación a Luján y largar mis puteadas porque está todo cortado y los pendejos borrachines hacen pis en cada esquina; o desconfiar de cualquier cura que anda cerca de algunos niños...
Ahora, en los últimos días, la pobre piba de Guernica ya perdió toda posibilidad de hacerse un aborto, permitido por la ley, gracias a estúpidas creencias que quisieron decidir su destino.
Hay otra chica en la misma situación esperando en Mendoza que la dejen abortar y seguir con su existencia lo mejor posible.
Pero veo que grupos "pro-vida" (¿qué vida? ¿y la vida de las chicas?) amenazan a los médicos con denuncias penales si le realizan la operación, ya autorizada por la justicia, y se manifiestan en los tribunales y en el hospital, ejerciendo una presión que no les corresponde, metiéndose otra vez en NUESTRAS VIDAS, metiendo, otra vez, "sus rosarios en nuestros ovarios"...
Y sí, en estos momentos me pasa que pienso mucho en esa vieja frase:
"La única iglesia que ilumina es la que arde".
22.8.06
22.08.1972 (*)
* Proyección de la película "Ni olvido ni perdón" de Raimundo Gleyzer.
* Palabras de los compañeros Jorge Pérez, Ester Alí, Adrián Krmpotic y Leonardo Freidenberg.
* Presentación del libro "RATA PLAN, un análisis de las fuerzas armadas del capitalismo argentino".
* Actuación del compañero uruguayo Jorge Guichón, quien interpretará canciones, algunas inéditas.
16.8.06
“...Resortes viejos de este amor...” (*)
Lo que son las vueltas de la vida...
Justo ahí, frente al enorme edificio del Congreso todo iluminado, en una noche llena de estrellas, en la misma calle por la que cientos de veces caminamos, corrimos o marchamos junto a multitudes, con bombos, banderas y pancartas.
Justo ahí, frente a la Universidad a la que no íbamos a estudiar sino a charlas o cine. Frente a la sala a la que, aún después de habernos recibido, seguíamos yendo a ver películas con descuento para estudiantes.
Justo ahí, nos separamos. En principio para siempre.
Y justo ahí quedaron, en el suelo donde se apoya el banco frente al monumento lleno de consignas que muchas veces compartimos, las lágrimas, de ambos, que corrían sin control, sin querer, sin poder contenerlas.
Ahí quedaron, entre las piedritas rojas de la plaza, años de amor, de compañerismo, de amistad, de intereses y gustos comunes, de proyectos, de fantasías.
Entre esos edificios que nos vieron ir de un lado a otro, haciendo notas, sacando fotos, saludando a militantes conocidos, en esa avenida que tiene muchos de nuestros pasos, nos dijimos adiós. Aunque uno de nosotros cree que es un hasta luego.
No podía ser de otra forma, tenía que ser así. Tenía que ser ahí.
“Es la segunda vez que me cambiás la vida de un plumazo”, me dijo.
Y mientras caminaba, sola, por la avenida llena de autos y colectivos, con el frío en el cuerpo, pensé que ahora también mi vida cambiaba para siempre.
Y la vista se me hizo agua.
11.8.06
“...Estoy rodeado de viejos vinagres...” (*)
Sí, ya lo sé, todas las mañanas hago lo mismo. Es la terrible y dura rutina. ¿Qué otra cosa puedo hacer si tengo que viajar de la misma forma, a la misma hora, para entrar al trabajo en igual horario todos los días?
El colectivo paró justo en la esquina, delante del semáforo, al lado de la iglesia.
Yo leía tranquila algunas historias de hechos que pasaron hace más de treinta años en estas pampas, y estaba realmente metida en eso.
Hasta que un vozarrón de señor mayor me sacó de esos tiempos.
“¡Qué barbaridad! ¡Durmiendo a las 9 de la mañana! ¡Y son chicos jóvenes!
¡Habrase visto! ¿Por qué no van a buscar trabajo?”
Inevitablemente levanté la vista. Ahí contra las rejas de la iglesia (¿por qué tendrán rejas algunas iglesias?) suelen dormir 3 o 4 pibes, algunos muy chicos y otros que no llegan a superar los 20 años, o que al menos parecen de esa edad.
Enseguida, una chillona voz de señora se sumó al coro:
“¡No se puede creer! ¡Todo el día ahí tirados! Y encima después piden y piden...
Yo no sé a dónde vamos a ir a parar... Y los dejan estar así nomás...”
Miré por la ventanilla a los pibes que, acurrucados unos contra otros, tratando de calentarse con una miserable frazada en pleno invierno, dormían profundamente. Miré a la gente que pasaba con una mueca en la cara que me hacía imaginar que estaban pensando lo mismo que esos viejos que vociferaban arriba del colectivo.
Y recordé a esos mismos chicos, que todas las noches, a mi salida del trabajo, están por ahí, en la zona, cartoneando, juntando lo que encuentran, caminando, andando, empujando, levantando, vendiendo, comiendo, hasta tarde en la madrugada. Revolviendo, tocando, clasificando, separando y alimentándose de la basura de esos soretes que hablaban de más.
Ya me tenía que bajar.
“¡Viejos de mierda!”
10.8.06
“...Un auto es más acariciado que un hombre extraño...” (*)
Otra vez en el colectivo, pero ésta fue de mañana.
Después de más de media hora de tren de parada (que a veces es mucho más) ya el sueño prácticamente se fue y me dediqué, otra vez, a leer.
Y en eso andaba, quizás sólo para entretener el tiempo, quizás como evasión de las muchas cosas que suceden a nuestro alrededor.
Pero parece que, cuando tiene que pasar, pasa y no hay forma de evasión posible.
Estaba muy metida con la lectura que me tenía atrapada. Pero al final de ese párrafo levanté la vista. Justo en el momento en que un portero (sí, el portero) echaba de malos modos a un hombre que, evidentemente, había dormido esa noche en la entrada del edificio.
Obviamente, no podía escuchar lo que le decía, pero logré imaginarlo. Su cara dura, enojada, casi furiosa también demostraba asco y rechazo. Empujaba prácticamente al hombre que, a las apuradas, trataba de agarrar sus pocas cosas. Y la gente que pasaba por allí en ese momento también parecía disgustada con aquel que había decidido pasar la noche en ese portal.
Cambió el semáforo y el bondi aceleró. El portero y su desagrado hacia el hombre quedaron atrás. Pero yo no pude leer más...
Varias cuadras más adelante me bajé del colectivo. Justo frente a mí estaba la entrada de un bar. Y en la puerta del bar un hermoso espectáculo: en una “camita”, que seguramente le debía haber armado la propia gente del local con una caja y un poco de plástico, arropado con una frazada, había un perro callejero.
Era maravilloso ver a los señores de traje, a las mujeres arregladísimas y a los porteros de todo tipo, cómo se sonreían y miraban al perrito con cariño y ternura.
Es más, un empleado del bar salió en ese momento con una bandeja con leche para el pichicho.
Era realmente hermoso.
Pero me dio asco. Y no precisamente por el simpático perrito.
“...Esos chicos son como bombas pequeñitas...”(*)
Salgo del edificio. Con apenas un pie en la vereda, prendo un cigarrillo. Miro al frente y comienzo el regreso a casa.
Espero el semáforo y cruzo. Son apenas unos pasos hasta la parada del bondi. Gente, luces, autos y colectivos sólo produciendo ruidos.
Me obligo otra vez a mirar al frente. No me pueden haber quemado tanto el cerebro en esa oficina como para no tener ni ánimos para hacerlo o para disfrutar del aire fresco de estas noches.
Levanto la cabeza, entonces, ya muy cerca de la parada y algo me llama la atención. Hay un chico parado frente a la vidriera de un comercio de artículos de computación. Siempre muy bien puesta, lo que más llama la atención son esos monitores planos con lindas imágenes de peces o flores de colores.
Miro al pibe y me doy cuenta del detalle: es desgarbado, lleva pantalones amplios, tipo de joggin, gorrita con visera. Marcada a fuego por mis prejuicios, miro alrededor y allí, estacionado contra la vereda, veo el carrito.
Y él que miraba ávido esa vidriera. Y yo que lo miraba y trataba de adivinar qué pensaba, qué deseos brillaban en sus ojos, qué proyectos se esfumaban tras ese vidrio, qué sueños se hilvanaban con una computadora que se le hacía inalcanzable.
Cuando me terminé el pucho, el colectivo todavía no había llegado. Y él seguía allí, apenas moviéndose un paso para ver mejor. Enseguida salió un nene del negocio cargando cajas y papeles. Él, el de la vidriera, lo vio, le hizo una seña y el chiquito acomodó lo recaudado en el carro. Pero el mayor no podía sacar sus ojos de esos productos, de esas máquinas símbolo del desarrollo, del siglo XXI, de la tecnología en su máxima expresión y de la inclusión en el mundo, y se daba cuenta, estoy segura que se daba cuenta, de que él estaría fuera de eso como lo había estado de todo durante todo lo que llevaba de vida.
Vino el bondi, me subí, miré por la ventanilla y él seguía con sus ojos fijos allí.
Y llegó la angustia. Pero una angustia mucho más profunda que la que muchos creemos gravísima y que, al final, no es más que una pavada. Una angustia real, de esa que se siente cuando realmente no hay salidas ni posibilidades. De esa que nace de la ausencia palpable de futuro y de cualquier tipo de proyecto. Sí, esa misma que tan fácilmente se transforma en rabia arrolladora. De esa que nace de saber que nadie valoró tu vida y que, en general, nadie valora ninguna vida de ningún otro excepto la propia. Y de que nadie valoró ni valorará nunca tus sueños, tus inquietudes, tus proyectos, que mueren cada día cuando salís de tu casa empujando el carrito.
Me acurruqué en el asiento del colectivo y, antes de sumergirme en el libro que me esperaba en el bolso, se me apareció una última imagen. Ese pibe, sí, ese que ya perdió todo lo que nunca tuvo...
Pero no, eso tampoco tenía mucho sentido.
¿Tener un blog? ¿Por qué? ¿Para qué?
No tenía sentido... ¿A quién podía importarle lo que veo y lo que pienso sobre eso que veo?
Y por otro lado ¿A quién contarle todo eso que veo y que siento y que pienso sin que me mire con cara de nada y siga hablando de otras cosas?
En lugar de escribir, leía. A veces hasta me permitía opinar acerca de aquello que pensaban otros, pero nada más. Y leía mucho. Pero no me salía escribir como antes. Y hablar con otros de ciertas cosas se me complica, no sólo por lo que me digan, sino por lo que yo pienso que van a pensar...
Y al final, de tanto dar vueltas y leer muchos blogs, me convencieron. Sea porque últimamente tengo demasiadas ganas de contar, de compartir, sea porque está bueno esto del anonimato (o semi, al menos), o porque acá no necesito ser una gran pluma, sólo basta con escribir las cosas que me pasan y que, muchas veces, les pasan a otros. O al menos a algunos, no sé.
En fin, veremos que sale de este intento. Y si no funciona... ¿Acá también se puede bajar la persiana, no?