30.10.06

“The Magical Mystery Tour” (*)

(*)



Viajecito corto, cuatro horitas que pensaba aprovechar para dormir las de sueño atrasadas.

Primero, obvio, saqué el pasaje. El micro no llegaba. Fui hasta la boletería. "No, ese micro vino pero tiene un problema con el aire y no va a salir, te devuelvo la plata y sacá por otra empresa". Tomé mis dinerillos y compré otro boleto. Esperé y esperé hasta que pude cargar el bolso y subir al micro.

En el asiento de al lado, un maniático. No pude sentarme hasta que el señor acomodó treinta veces su abrigo en el porta equipajes y quedó conforme en el intento treinta y uno. Finalmente se sentó y yo pude acomodarme. Él apenas reclinó un poco el asiento y así quedó, en la misma posición, hasta que llegamos a Retiro.
Yo me acomodé y me dispuse a leer un rato.
Miré con cariño los asientos al otro lado del pasillo, que aún permanecían libres.

Cuando ya pensé que salíamos subió un hombre, algo revoltoso, que intentó acomodar sus cosas en donde ya estaban las del señor que viajaría a su lado. Pero éste, coqueto, de traje elegante, se paró inmediatamente para indicarle al otro, no de muy buenas maneras, que le estaba aplastando sus cosas. Finalmente se sentaron.

"¿Ahora sí?", me pregunté.
Pero antes subieron cuatro personas, una mujer y tres hombres. Orientales, porque nunca sabré distinguir entre un chino, un japonés, un coreano o lo que sea.
Se sentaron al otro lado del pasillo, en los asientos a los que yo pensaba mudarme si quedaban desocupados.
Los dos que iban a la misma altura que yo, inmediatamente se sacaron los zapatos y se acomodaron en sus asientos.
Finalmente, partimos.

Yo seguí leyendo hasta que me dio hambre y me dispuse a comer el sanguchito que oportunamente había comprado en la terminal. Cuando estaba terminando mi almuerzo, el chino que tenía más cerca empezó a hacer unos sonidos espantosos, como sacándose mocos de la garganta. Eso me sentó bastante mal, debo confesar, pero él seguía. Hasta que escupió en una servilleta de papel y me terminó de desagradar. A duras penas logré tragar el último bocado. Preferí seguir leyendo.
Y eso hice hasta que las letras empezaron a borronearse y yo a cabecear. Cuando me doy cuenta que leí cuatro veces el mismo párrafo sin entender nada, suelo cerrar el libro y dormir.

Cuando ya parecía que llegaba el sueño, sonó a todo volumen un Nextel. Resultó ser del chino que iba del lado de la ventanilla. Vaya uno a saber en qué idioma, pero estuvieron hablando un rato largo en un volumen que, para ser buena, tildaré de elevado.
Calculo que por mi cansancio, rápidamente volví al sueño. O al intento, digamos. Porque lo que me volvió a la realidad, esta vez, fue la música de un celular, también a todo pedo. El que atendió fue el revoltoso, confirmando mi primera impresión.
Hablaba realmente alto, incluso diría que más alto que el chino. Así, todos nos enteramos que iba a una ciudad cercana, antes de llegar a Buenos Aires, a ver si le tenían listo el auto. También pudimos saber que quien lo estaba llamando necesitaba que le mandara dos camiones el lunes a las 6 de la mañana. Y él, a los gritos, le aseguraba que no había problema, que allí estaría, qué él mismo iría.

Intenté volver a dormir, ya bastante fastidiada, debo reconocer. Pero en breve, volvió a sonar la música del celular. Esta vez quien lo llamaba era una dama, pero no le presté atención a la conversación queriendo conciliar el sueño de una buena vez.
Pero antes de lograrlo... ¡Otra vez el Nextel y el chino!
Para colmo, su compañero de viaje seguía con sus ruidos asquerosos y sus escupitajos repugnantes. Pero cerré los ojos bien fuerte. Y algo, creo, dormí.
Hasta que de nuevo volvió a sonar la musiquita y no pude evitar un "¡Ah, bueno!" que provocó la risa de varios pasajeros, seguramente también molestos.
Evidentemente, mi cansancio pudo más que todos los ruidos molestos del micro, y a pesar de que quien lo llamaba era otra mujer a la que le explicaba que había hablado recién con la anterior y que se había puesto mal, me dormí.

Cuando desperté, el revoltoso ya no estaba. Miré por las ventanillas hasta que me ubiqué y me di cuenta de que ya estábamos entrando a Capital. Me felicité por haber dormido casi todo el viaje, realmente lo necesitaba.
Como recién despierta mi actividad mental suele ser baja, no intenté volver a tomar el libro. Así, pude escuchar cómo el señor coqueto que viajaba junto al gritón le comentaba a su vecino de enfrente del pasillo qué karma que había resultado su compañero de asiento: "Sinceramente, nunca me pasó algo así. ¿Cómo va a hablar en ese tono? Todos nos enteramos de la novela. Tendríamos que escribirla, ¿no?". Y se reían juntos, bajito, como para no molestar.

Ya casi cuando llegábamos a Retiro, y como el chino seguía tratando de destrabar su garganta, hice lo que nunca debería haber hecho y que había logrado evitar durante todo el viaje: medio de refilón, lo miré. Y si ya me desagradaba, ahí terminó de no gustarme. Flaco, chupado, con un lunar en la mejilla. Pero no un lunar cualquiera: un lunar con pelo, y con pelos laaaaaaaargos, largos.

El micro estacionó en su andén y me bajé lo más rápido posible de ese micro. Fui a buscar el bolso y, al verlo, me di cuenta que todavía me faltaba la peor parte de esa odisea: cargarlo hasta el Sur del Grandísimo Buenos Aires. En esos momentos me aparecen las críticas más terribles contra mí misma: ¿Cuál es la necesidad de un bolso de semejantes dimensiones? ¿Para qué cazzo llevaste tantas cosas, si ni siquiera usaste la mitad? ¿Por qué tenés estos detestables aspectos femeninos?
Luego de putearme lo suficiente, me crucé el bolso (bolsote, debo admitir). Seguí puteando mientras intentaba caminar; puteé más cuando, por la calle, la gente no se corría ni un milímetro aún viéndome tan cargada; y recontra puteé cuando me empezó a doler el hombro (que fue en seguida, por supuesto).

A pocos metros de la boca del subte, vi que allí había un importante grupo de gente. Aguzando un poco la vista descubrí que se congregaban alrededor de uno de esos pequeños estafadores callejeros que se dedican a sacarle el dinero a la gente haciéndoles adivinar debajo de cuál de los tres vasos que hay sobre la mesita quedó una bola. Yo pensé que eso no existía más, pero ahí estaba. Y con un público importante, debo agregar.
En una fracción de segundo, mientras trataba de adivinar por dónde iba a pasar para poder entrar al subte; mientras puteaba porque cada vez me dolía más el hombro y porque "¡No podés ser tan pelotuda!"; mientras todo eso, vi volar la mesa, la bolita y los vasos, vi salir corriendo a la gente y vi a dos tipos que cazaron al estafador de la camisa y lo empezaron a cagar a trompadas contra un puesto de diarios. Y yo, claro, en el medio del quilombo. No sé cómo, pero de alguna manera eludí a los tipos, esquivé a la gente y me metí casi corriendo, en las escaleras del subte.

Pacíficamente, por suerte, llegué a Constitución.

Parada, pero con lugar para acomodar el ahora "¡bolso de mierda y la reputa que lo re mil parió!", llegué a mi estación.

Cuando bajé del tren, miré con resignación el bolso que había apoyado en el piso. "Son sólo cuatro cuadras, vamos". Me lo volví a cruzar y despacito y con paciencia, llegué a mi hogar.

Triste, claro, porque no tenía ganas de volver de donde venía.

Pero feliz, porque finalmente me pude descolgar el bolso, desarmarlo y guardarlo en el placard al grito de "¡Nunca más! ¡La próxima me llevo una mochila y basta!".

Sin embargo todos saben que las mujeres, en estos aspectos, somos de poca palabra. La próxima seguro que hago lo mismo. No aprendo más.

7 comentarios:

Udi dijo...

Pero, Una, ¿Saliste de viaje o te inscribiste en un curso de turismo de aventura?
Ya me decía mi abuelita (y mi mamita): No salgas a la calle que quién sabe lo que te puede pasar !!
Quedate en casa, nena, que hay mucho degenerado suelto por ahí !!

Gaby Reich dijo...

uh q viajecito, espero q donde haya ido por lo menos la haya pasado bien. Otro día con tiempo le describo un vije de La paz a Potosí que creo quedará en los anales de mis recorridos (como no tengo fotos no lo postié).
pd: vio estos fachos, parece que descubrieron el blog y se expanden como sida en áfrica.
saludos

María Petraccaro dijo...

Udi, fue un viajecito nomás. Pero sí, hubiera sido preferible quedarme en donde estaba...
La calle está terrible. Ultimamente cualquier traslado puede ser una aventura.

Gabriel: Allá donde estuve la pasé fantásticamente bien. Ya extraño, mire.
Uh, yo también tuve un viaje de antología entre La Paz y Potosí (podríamos decir, en realidad, hasta Villazón) con escala en Oruro incluida. ¿No habremos viajado juntos allá por fines de enero de 2002, en plena época de bloqueos por los cocaleros? Yo tengo fotos, pero en papel, así que se me complica. Quizás uno de estos días también se me de por relatarlo.
Y sí, los fachos están terribles...

A-X dijo...

Qué buena historia!!

Dan ganas de mas... de meterse en la historia y quedarse...

Delicioso...

porque uno no deja flotar la imaginación sino que tienen palabras que lo atan.

De veras, muchas gracias por pasar por "casa" y un beso grande



A.-

Anónimo dijo...

realmente no tendrias que haberte ido del idílico lugar del que volviste!!!!!, pero es muy gracioso leer el comentario de tu viaje. Ya te habia olvidado lo que es viajar ??????

María Petraccaro dijo...

Andy: Gracias por todo. Y no hay de qué, pasar por allá es un placer.

Grace: ¡¡Por fin aprendiste a poner comentarios!!
No, no me olvido de lo que es viajar. Porque, como verás, lo sigo haciendo.

Anónimo dijo...

La "Doc" tampoco sabe, ya le estoy enseñando. Tené paciencia que de a poco nos vamos actualizando!!!!!
besos