"Y vos, que creés, acordate que después de todo esto también te espera el infierno" (1)
(1) Esas fueron más o menos las palabras que Mario Pergolini le dijo a este asesino genocida ayer en el cierre de CQC.
Foto: Corrientesonline.com
"Y vos, que creés, acordate que después de todo esto también te espera el infierno" (1)
(1) Esas fueron más o menos las palabras que Mario Pergolini le dijo a este asesino genocida ayer en el cierre de CQC.
Foto: Corrientesonline.com
“Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. El Terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad”.
Hoy andaba por estas, las calles de mi nueva ciudad, y no podía caminar sin ir silbando “...todo camino puede andar, todo puede andar...” o “...todas las hojas son del viento...”. Mis estados de ánimo, según dicen, son transparentes. Y la música que me suena en la cabeza se corresponde: obviedades.
Tomar decisiones que pueden implicar cambios importantes en el futuro me inquieta. Saber que de un sí o un no dependen cuestiones que hoy por hoy me parecen vitales me resulta, al menos, difícil.
Por más actividades con que una (o sea, yo) se tape, siempre está ese momento, ese ratito que nos quedamos despiertas aún con sueño y en los que la cabeza maquina a mil, imaginando posibilidades, alternativas, sueños, opciones, mañanas diversos.
Quizás el camino sea ser hoja, aunque quede esa sensación de “ser llevada”.
Hay cosas claras, por cierto. Pero temo que esas cosas tan fuertes, que me movilizan tanto y que me llevan a, justamente, dejarme llevar, no alcancen para completar una vida.
O quizás no, quizás sea eso lo que deseo pero que, otra vez, le tengo miedo al cambio, a otra vez moverme y otra vez asentarme... A otra vez tener que generar cosas, apechugar y volver a dar de nuevo...
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En medio de todo esto y frente a mi estado anímico, preferí casi no mirar tele ni escuchar radio. Decidí seleccionar algunos discos y dedicarme al placer que me producen. O a ahogarme en letras, sonidos, acordes que me hunden más.
Entre la selección, en la que en primer lugar, por supuesto, se ubicó Artaud, rescaté dos cd's que hacía mucho que no escuchaba.
Siempre fui bastante fundamentalista del rock. Por eso es que los últimos tiempos en que cualquier ganso va a un recital y te mira con cara rara frente a un pogo, en los apogeos de los superarchimegafestivales, en momentos en que parece ser fashion ir a un recital para luego ir a bailar al boliche más cheto de la zona, me rompen...
Creo que estoy envejeciendo. Cualquiera diría que soy joven, ya que cumplí 27 otoños el pasado domingo. Pero en general los pendejos me sacan, esos que creen que descubrieron la pólvora escuchando a esas pedorras banditas nuevas que suenan todas iguales, esos que se pagan sus buenos morlacos por ir a ver a la Bersuit a River pero les ponés “Asquerosa alegría” y te fruncen la carita.
Justamente ese fue uno de los discos que rescaté. Como creo que en toda esta mierda en que se ha convertido el rock las (ahora) grandes bandas tienen buena parte de culpa, me había dedicado a otros rumbos en lugar de volver a las raices que me habían enamorado de esa otrora tan buena banda que nos dio el sur del conurbano.
Escuchar ese disco me remonta hacia unos tiempos maravillosos. Ojo, no puedo decir que yo iba a ver a la Bersuit en sus inicios porque es mentira, yo era muy pequeña allá por el '92 y tardé bastante en salir al ruedo del mundillo rockero.
A los Vergarabat los conocí cuando sacaron “Don Leopardo”, el segundo rescatado, otro discazo del que muchos se olvidaron. Incluidos Cordera & Cia. Salvo, por supuesto del glorioso “Mi caramelo”, que ha tomado fama y renombre con toda esta moda.
Al poco tiempo, en una radio donde era notera, noté que tenían dos copias (originales) del primer disco, “Y punto”. Obviamente, uno se fue para mi casa.
“Asquerosa alegría” me costó mucho más conseguirlo: lo encontraba en épocas en que andaba sin un cobre y, cuando juntaba las rupias necesarias, desaparecía de las bateas. Gracias a una promo de una marca de cigarrillos logré hacerme de él muchos años después.
A pesar de ser del '93, tiene un sonido ochentoso que puede espantar a más de uno. Pero tiene algo, no sé qué, que me encanta. Cierto boludeo, una actitud de cagarse en todo... Y algunos temas increíbles, desde distintos puntos de vista, como “Clara”, “Si amanece”, “Nepore'y” o “Los elefantitos”. Incluso ese tan flashero y final “Buceando en el Riachuelo”. Justo ahora lo estoy escuchando por segunda vez en el día.
Un año antes de que sacaran “Libertinaje”, el último disco escuchable, logré el permiso y las voluntades necesarias para ir a mi primer recital bersuitero. Fue en ese maravilloso antro que, creo, ya no existe, en el que luego me di el gusto de ver a varias otras bandas interesantes y al gran Carpo: El Borde, en Temperley. Eramos tan pocos, la pasábamos tan bien, era todo tan... Nadie imaginaba que alguna vez los pasaran hasta en La 100...
Todo esto no quiere decir que yo prefiera las épocas en que el Pelado estaba hecho mierda, muy mal, colgado de las paredes y durmiendo bajo los mostradores, al contrario, me alegro por su éxito. Lo que lamento es que para lograrlo hayan tenido que entregar el culo y hacer la bosta que están haciendo, ese circo inmundo para la gilada.
Estoy envejeciendo, sí. Hoy salí indignada del local rosarino donde venden las entradas para ir a ver a Las Pelotas, que hace mucho que no veo, sacaron un disco nuevo que no escuché aún y bueno, daba para ir. Pero no. Treinta pesitos. Pasá que te abrocho. ¡Una entrada al teatro me sale más barata! Esto es rock, muchachos. ¿Ya se olvidaron de cuando íbamos a Cemento? Y bueno, si Mollo se casó y todo con la Oreiro ya no hay nada que me sorprenda...
Qué se yo, todo se fue a la mierda. Hoy hablaba con una amiga, le decía que hace años, una banda tenía que llenar muchos Cementos para merecer un Obras, costaba laburo hacerlo, implicaba un crecimiento para la banda en cuestión. Sin embargo hoy, cualquier banducha recién nacida, que para colmo no hace nada novedoso, va y hace un River de una. ¡Y lo peor es que lo llenan!
Por suerte, hay una alegría en medio de todo esto. Después de muchos meses, voy a volver a ver a una excelente banda que aún no ha caído en las garras de la masificación (y esperemos que si lo hace no sea a costa de su música): Naranjos.
Un crítico los consideró, hace poco, “la gema mejor guardada del under”, y sostuvo que “será una banda masiva cuando algunos muchos se saquen la corbata de la cabeza”, en alusión al clima de joda y fiesta que parece imperar en el mundo del rock.
Y mi felicidad radica en que este sábado van a estar en Rosario. Como si supieran, y quisieran hacerme un regalo de cumpleaños.
Rosario, por cierto, es esa, mi nueva ciudad, de la que les hablaba al principio.
Conocí a Fanny hace poco, en una circunstancia que ya relaté en este espacio. Buscando chicos malabaristas de alguna esquina porteña para hacer una nota. La nota que escribí se llamó Malabaristas. Contaba allí que los chicos, en lugar de pedir plata para prestarse a la nota, pidieron útiles para ir a la escuela.
La relación con los chicos continúa hasta hoy, entrecortada, con pedidos de huevos de pascuas para Pascuas, o con recordatorios de que la mamá de algunos de ellos está buscando trabajo por horas. El viernes pasado los chicos llamaron para avisar que Fanny, una de las nenas, había muerto de un paro cardíaco.
Era una nena de pelo revuelto, vivaz, comunicativa, muy despierta, que se pegaba a uno como un gato mientras caminaba por la vereda, y que saltaba mientras le echaba a uno los brazos al cuello. Parecía mucho menor de lo que era. Tenía once años.
Después de la nota en la televisión y de la publicación de la contratapa, los contactamos con el supermercado Disco, que les donó los útiles para este año. El viernes que fuimos a llevarles la montaña de hojas rayadas y carpetas estuvimos un buen rato. En un momento, yo estaba agachada y tenía alrededor de mí a las nenas, que hablaban todas al mismo tiempo. Fanny sacó de alguna parte de sus ropitas harapientas un recorte de revista. Era la actriz de Pasión de Gavilanes. No sé cómo se llama. La estoy viendo ahora, aquí pegada en el corcho de mi estudio. Tiene puesto un vestido amarillo, largo, strapless, que le ajusta el cuerpo desde las axilas hasta las caderas. Una mujer voluptuosa, que saca una pierna y deja ver su sandalia plateada. Es muy bella. Tiene una cara ovalada con muy poca pintura, apenas los ojos delineados, quizá un poco de rubor. El pelo cobrizo nace en las raíces y se extiende no se sabe hasta dónde, pero uno supone que hasta la cintura. A pesar de su cuerpo totalmente sexuado por el vestido amarillo, es buena. Se le nota a esa chica que podría ser objeto de pasión, pero también objeto del amor.
Fanny quería ser como ella. Tengo esta foto aquí porque cuando le dije que esa chica era muy linda, y le devolví la foto, Fanny empujó mi mano hacia mí: "Mejor guardala vos", me dijo. Y la guardé. Y ahora que sé que Fanny, que parecía más chiquita todavía de lo que era, se murió de golpe, sin que nadie entendiera por qué, creo que esa foto está aquí para que yo haga esto, para que escriba sobre Fanny y su soledad, sus sueños y su risa descontrolada. Fui testigo de Fanny, que revolvía las bolsas de basura en el McDonald's buscando pedazos de hamburguesa que habían estado en boca de otros. Una nena a la que muchas veces insultaron desde los autos que pasan por la avenida Las Heras. Parte de la mugre que incomoda. Una nena que no tuvo libros de hadas y que recortó la foto de una actriz mexicana de una revista barata para ser ella también una nena con princesas en la mente y en el corazón. Como pudo, por instinto, por obstinación, Fanny se resistió a ser desposeída también de su infancia. Resistió con lo que tenía a mano, y encontró una foto que la hizo suspirar. Fanny vivió en la pobreza profunda, pero aun allí fue una niña ilusionada por lo que, quizá, el futuro tuviera reservado para ella.
No quiero que estas líneas suenen quebradas, porque la persona que las inspira era íntegra y valiente. No quiero llorar por Fanny aquí. Quiero en todo caso recordarla y dejar constancia de su vida, de sus sueños. Y la manera más justa que se me ocurre para recordar a Fanny es sosteniendo su recuerdo en dos dimensiones paralelas. Por un lado, como la nena única e irreemplazable que conocí, y ya forma parte de mi propia historia personal. Pero por otro, creo que pude ver en ella a tantos otros chicos que no les duelen a nadie.
"El hambre es un crimen" es la consigna que desde hace años moviliza a Los Chicos del Pueblo, que comienzan su marcha de este año el próximo lunes. A Fanny y a sus primos y hermanos les llevamos útiles, pero es evidente que ése fue un gesto de cariño, y no la creencia en que una ayuda de ese tipo modifica algo.
¿Habrá sido evitable la muerte de Fanny? No lo sé. Pero es perfectamente evitable, por ejemplo, la muerte de miles de chicos correntinos: la Universidad del Nordeste comprobó que la mitad de los chicos de Corrientes capital está en estado de desnutrición. ¿Con qué derecho vivimos nuestras vidas de wi fi y msn mientras hay estómagos pequeños que se retuercen de jugos gástricos y vacío? Estaría fallándole a Fanny si no advirtiera que su muerte es política.
Cada vez van quedando menos oportunidades de trabajo asegurado para toda la vida y con pensiones extraordinarias.
El primero fue escrito hace siglos por Erasmo de Rotterdam. No recuerdo bien de qué trataba, pero su título me conmovió siempre, y hoy sé por qué: la locura merece ser elogiada cuando la razón, esa razón que tanto enorgullece al Occidente, se rompe los dientes contra una realidad que no se deja ni se dejará atrapar jamás por las frías armas de la lógica, la ciencia pura y la tecnología.
De Jean Cocteau es esta profunda intuición que muchos prefieren atribuir a su supuesta frivolidad: Víctor Hugo era un loco que se creía Víctor Hugo. Nada más cierto: hay que ser genial -epíteto que siempre me pareció un eufemismo razonable para explicar el grado supremo de la locura, es decir, de la ruptura de todos los lazos razonables- para escribir Los trabajadores del mar y Nuestra Señora de París. Y el día en que los plumíferos y los sicarios de la junta militar argentina echaron a rodar la calificación de "locas" a las Madres de Plaza de Mayo, más les hubiera valido pensar en lo que precede, suponiendo que hubieran sido capaces, cosa harto improbable. Estúpidos como corresponde a su fauna y a sus tendencias, no se dieron cuenta de que echaban a volar una inmensa bandada de palomas que habría de cubrir los cielos del mundo con su mensaje de angustiada verdad, con su mensaje que cada día es más escuchado y más comprendido por las mujeres y los hombres libres de todos los pueblos.
Como no tengo nada de politólogo y mucho de poeta, veo el curso de la historia como los calígrafos japoneses sus dibujos: hay una hoja de papel, que es el espacio y también el tiempo, hay un pincel que una mano deja correr brevemente para trazar signos que se enlazan, juegan consigo mismo, buscan su propia armonía y se interrumpen en el punto exacto que ellos mismos determinan. Sé muy bien que hay una dialéctica de la historia (no sería socialista si no lo creyera), pero también sé que esa dialéctica de las sociedades humanas no es un frío producto lógico como lo quisieran tantos teóricos de la historia y la política. Lo irracional, lo inesperado, la bandada de palomas, las Madres de Plaza de mayo, irrumpen en cualquier momento para desbaratar y trastocar los cálculos más científicos de nuestras escuelas de guerra y de seguridad nacional. Por eso no tengo miedo de sumarme a los locos cuando digo que, de una manera que hará crujir los dientes de muchos bien pensantes, la sucesión del general Viola por el general Galtieri es hoy obra evidente y triunfo significativo de ese montón de madre y de abuelas que desde hace tanto tiempo se obstinan en visitar la Plaza de Mayo por razones que nada tienen que ver con sus bellezas edilicias o la majestad más bien cenicienta de su celebrada pirámide.
En los últimos meses, la actitud cada vez más definida de una parte del pueblo argentino se ha apoyado consciente o inconscientemente en la demencial obstinación de un puñado de mujeres que reclaman explicación por la desaparición de sus seres queridos. La vergüenza es una fuerza que puede disimularse mucho tiempo, pero que al final estalla de las maneras más inesperadas, y ese factor no ha sido tenido jamás en cuenta por la soberbia de los militares en el poder. Que bajo la férula menos violenta de Viola esa explosión haya asumido la magnitud de una manifestación de miles y miles de argentinos en las calles céntricas de Buenos Aires, y una serie creciente de declaraciones, denuncias y peticiones en los periódicos, es una prueba de debilidad castrense que la estirpe de los Galtieri y otros halcones no podía tolerar. Ellos, por supuesto, no lo saben de manera demasiado lúcida, pero la lógica de la locura no es menos implacable que la que se estudia en el colegio militar: el corolario del teorema es que el general Galtieri debería estar reconocido a las Madres de Plaza de Mayo, pues es sobre todo gracias a ellas que ha podido dar el zarpazo que acaba de encaramarlo en el sillón de los mandamás.
Por su parte, las madres y las abuelas que sin saberlo han facilitado su entronización, no tienen la menor idea de lo que han hecho. Muy al contrario, pues en el plano de la realidad inmediata esa sustitución de jefatura significa una profunda agravación del panorama político y social de la Argentina. Pero esa agravación es al mismo tiempo la prueba de que la copa está cada vez más colmada, y de que el proceso llega a su punto de máxima tensión. Es entonces que la respuesta de esa parte de nuestro pueblo capaz de seguir teniendo vergüenza deberá entrar en acción por todas las vías posibles, y que las fuerzas del interior y del exterior del país tendrán que responder a algo que las está invitando a salir de una etapa harto explicable pero que no puede continuar sin darle la razón a quienes pretenden tenerla.
Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de la Plaza de Mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo.
Julio Cortázar - Periódico La República, París, 19 de febrero de 1982