14.12.06

"Los guardianes de Mugica" (*)

(*) Aunque dudé mucho si no titularla con esta otra...


Anduve más por ahí que nunca.
Días lindos los que acabo de pasar en Rosario.
Mucha actividad, una ciudad hermosa, río, playa, sol, gente interesante y valiosa.

El domingo, en el diario La Capital, me encontré con una nota que me llenó de esperanza. Dirán que soy contradictoria, pero no. Insisto con aquello de que “la única iglesia que ilumina es la que arde”, pero sucede que esta no es la Iglesia. O quizás sí sea la iglesia, pero con minúscula, la iglesia rebelde, la del pueblo, la revolucionaria.

El lunes, como correspondía, me fui para el Museo de la Memoria y me encontré con un lugar lleno de presente y de futuro. No justamente por la preocupación constante de las progres autoridades rosarinas, sino por la vida que muchos/as chicos/as y adultos/as le ponían ese día a ese lugar, a pesar del insoportable calor quemacabezas.
Todos esperaban al padre Montaldo corriendo, riendo, cantando, vendiendo “El Ángel de Lata”, mirando las fotos del taller de fotografía del Centro Cultural Qahuoqte y la muestra de León Ferrari.
Hasta que finalmente, y luego de los numerosos discursillos de los/as funcionarios/as, que inevitablemente tienen que decir unas palabras, apareció él. Y con su voz, su aspecto y sus palabras me permitió volver a confiar.
El título del reconocimiento no es moco de pavo: “Premio en Derechos Humanos Claudio “Pocho” Lepratti”... ¿Qué más decir al respecto?
Montaldo terminó el día ovacionado por varios centenares de personas (no tantas como deberían haber sido), la mayoría del barrio Ludueña, entre las cuales flameaba una bandera con el rostro de aquel que murió pidiendo que ya no tiren.

El martes empezó con radio y finalizó también con radio, pero abierta.
Sucede que hay un periodista muy interesante por Rosario. Se llama Carlos Del Frade. Yo lo conocí leyendo sus notas en la agencia Pelota de Trapo y ahora me vine a enterar que conduce varios programas de radio, publicó algunos libros y tiene un portal muy bueno en internet. Y además tuvo la maravillosa idea de despedir el año en un bar junto a sus oyentes, con radioteatro, música y asamblea final incorporadas.
La cita fue en el Café de la Flor y, para no perder la temática de mi fin de semana, la convocatoria llevaba por título “¿Para qué sirve el cristianismo?”.
Aseguro que me fui contenta, luego de ver y escuchar a algo más de cien personas compartir la esperanza y el deseo de que un mundo mejor es posible y que podemos hacerlo entre todos. Creo que a la Iglesia no le hubiera gustado escuchar lo que se dijo en ese bar, pero para mí fue revitalizante.

Más arriba comenté que había, en el museo de la memoria, varios chicos y chicas vendiendo “El Ángel de Lata” (la página no está actualizada, pero sirve igual). A esa revista la descubrí hace un tiempo, en otra escapadita a Rosario y me fascinó. Como cada vez, la compré. No pierdan la oportunidad de conseguirla cuando visiten la ciudad.
Justo el editorial de este número de noviembre, me hizo acordar a mi primer post. Y como está tanto mejor escrito que aquel intento mío y refleja tantas cosas que una/o siente cuando abre los ojos en la calle, no pude evitar la tentación de reproducirlo. Le faltarán los dibujos de El Tomi que lo ilustran, pero algo es algo.


Adoquines y deseos
Vertical y filosa, la vidriera es la guillotina de las tentaciones. Sólo pueden atravesarla sin riesgo y con relativo éxito, las miradas, el dinero, las tarjetas de crédito y los adoquines. Y tal vez los deseos. Porque el deseo aferra lo que quiere antes que la mano, y una vez que lo aferra no lo suelta y se pone a convencer a la mano para que vaya a buscar lo que parece suyo pero no es suyo. Si lo miro fijo me lo veo puesto, si me lo veo puesto me parece mío y cuando es mío desaparecen todas las vidrieras del mundo. Pero no siempre el deseo convence a la mano y por lo tanto, tampoco desaparecen todas las vidrieras del mundo, solo tal vez. Un tal vez que depende del empeño de la mirada, de la vileza del metal, de la solvencia del crédito o de la bravura de los adoquines.

Muy mal bicho el que inventó las vidrieras. Porque hay que ser mal bicho para dejar pasar los ojos y no dejar pasar a la gente. Uno va lo mas conforme por ahí con lo puesto y de golpe, detrás del hielo invisible de los vidrios, nos chista el calorcito que despide la tentación de algo más que quiere tener el que tiene, y algo menos que no tiene el que no tiene. Todo parece indicar que entre el desprevenido deseante y el objeto deseado no hay más que un paso, pero no, primero están los vidrios de las vidrieras, como un tajo azul en la sangre roja avisando que mantengamos una distancia prudencial. ¿O me vas a decir que nunca te acercaste tanto para ver mejor el objeto deseado que te terminaste comiendo la vidriera con la frente? Ahí es cuando aprendemos que el vidrio no se rompe si no lo rompe uno, y siempre después de que las vidrieras nos hayan hecho añicos el cristal de los deseos.

Las vidrieras del tercer mundo son las ventanas del primero. De aquel lado están los deseos cumplidos, las Nike Rival Shox Leather, los Lee Cootcut Original, las Barbie Gerl Fashion Fiver, las hamburguesas dobles de Mac Donald’s y la madre que los parió. De este lado, los deseos propiamente dichos (o sea, los que aún no están cumplidos), la paciencia de los pies descalzos, la esperanza del pantalón emparchado, las manos vacías de las muñecas mancas, la moneda ausente, el pan de ayer, el hambre para mañana, la ñata contra el vidrio y la puta calle.

Las vidrieras tendrían que ser de agua, de agua colgada para poder pasar, mojado aunque sea, pero poder pasar. Que al pobre se le moje la ropa y al rico las tarjetas de crédito, y a ver quién paga más efectivo. O que los deseos sean adoquines, y a ver quién es el que desea más fuerte. O que las vidrieras estén siempre empañadas para que, al menos, el que no quiera ver, que no vea, y que el que quiera ver tenga que pasar la mano por el vidrio para desempañar la realidad y, al mismo tiempo, palpar el límite impreciso entre el puedo y el no puedo, entre el Christian Dior cash y la mortadela fiada, entre la vidriera y vos.